Marina llegó a su casa del Carrer del Mar de la Barceloneta con sus padres en 1934. Se casó y tuvo a sus hijos allí. Un día le llego una carta del juzgado en la que se le instaba a abandonar el piso, ya que según argumentaba la propiedad, su contrato no era indefinido sino de los años 80. Después de una larga batalla judicial con el apoyo vecinal y familiar el juzgado y el propietario, el BBVA, tuvieron que admitir que Marina es la arrendataria vitalicia del piso.
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